CUARTO

Te acercas a la ventana y solo miras concreto, por tu cabeza solo piensas -maldito concreto que nunca sentirá-, te devuelves a tu asiento y tu cabeza se inclina sobre el espaldar, el ventilador te observa y vuelves a pensar -que osadía que tiene al girar y no mirar atrás-. 

Te desconcentras para al frente solo encontrar una maquina que te habla en ceros y unos y le dices -que forma tan singular de manejar tu vida-. La madrugada te ha llamado; en un giro hacia atrás solo hay una cama vacía, no puedes evitar decirle -que descaro el tuyo; colchón al acomodar a una sola persona-. Y no puedes mantener cerrado tus ojos porque es desalentador saber que aun sigue prendida la luz y le exclamo -soberbia, inadaptada luz al no apagarte- y ella responde -no hay pronombre-.

Te sirves un trago de agua y te recuerda lo insolente que es al solo eliminar tus sales, pero no reanimar tu cuerpo que se conjuga con la despiadada distancia que aleja su cuerpo del tuyo. 

Te miras al espejo una y otra vez para destacar lo inservibles que son tus músculos porque no la sostienen. A tu alrededor transita el capitalista aire que monopoliza tu cuarto, tu ira no te deja retraerte y tu aliento se estira para gritarle al oído -¿Por qué no eres fascista con nosotros dos?-. 

Tu pecho te estalla, tu corazón es ahora el que camina y en tu agonía, lo tomas por un extremo de su piel diciendo -rencoroso corazón que solo te moviste al escuchar su voz- y sin mas, tu sangre se desliza, como si escapara de ti, y sin desperdiciar un segundo de tu vida en ese cuarto, tus ultimas palabras serán -infame sangre que paseaste dentro de mi, sangre infame que herviste cuando la tuviste a lado-.

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